Fotografias: Nuel Puig.
Diseño de producto.

apolo, almerich

La lámpara Apolo nació de una fascinación que me acompaña desde niño: la sensación de mirar al cielo nocturno y sentir que hay algo más allá, algo que nos invita a movernos, a descubrir, a intentar lo imposible. Al concebirla para la histórica firma de iluminación Almerich, quise que no fuese simplemente una luminaria, sino una pieza que encendiera un recuerdo colectivo: aquel instante de 1969 en el que la misión Apolo 11 dejó la Tierra para tocar la Luna. No se trataba solo de una hazaña tecnológica, sino de un momento en el que millones de personas compartimos un mismo latido, mirando cómo un haz de luz, tan poderoso como frágil, rompía la oscuridad. Esa luz que impulsó la nave hacia lo desconocido fue el germen de Apolo: un objeto que no solo ilumina, sino que narra.

Su silueta se inclina levemente hacia arriba, como si quisiera despegar. No es un capricho formal, sino una declaración: la luz no solo se proyecta, también se eleva, como el espíritu cuando sueña. La forma suave, casi orgánica, está pensada para ser cercana, para integrarse en el gesto humano. No quise una pieza fría y distante, sino una compañera silenciosa que, con solo encenderla, te transporte a un lugar distinto: una terraza al anochecer, una habitación en calma, un rincón donde la luz se vuelve pensamiento. En cada curva hay un eco de nave espacial, pero reinterpretado para el hogar; en cada superficie metálica hay un guiño a la luna, pero transformada en un satélite personal que vive contigo.

La técnica no es solo un medio: es parte del carácter de Apolo. El cuerpo, trabajado en metal torneado, aporta resistencia y precisión, pero también esa textura que invita a pasar la mano. En su interior, la luz nace de un sistema LED de bajo consumo y regulable, que permite graduar la intensidad como si controlaras tu propio amanecer o tu propio eclipse. El sistema de carga por inducción refuerza su independencia: Apolo no depende de cables visibles ni de ataduras, es libre para acompañarte donde la necesites. Y como resiste ambientes exteriores, puede estar bajo las estrellas sin temor, extendiendo su narrativa más allá de las paredes.

Desde el principio pensé en ella como una familia. Por eso, la colección incluye formatos de sobremesa, de pie y portátiles, todos unidos por el mismo lenguaje formal. Cambia la escala, pero nunca la esencia: siempre delicada, siempre con esa aspiración vertical, siempre evocando un viaje. Es versátil porque la vida lo es, y porque la luz no entiende de compartimentos; sabe estar en la intimidad de una mesilla de noche, en la energía social de un salón, o en la quietud de una terraza de verano.

El color y el acabado son el otro lado de su historia. La primera versión, en metal neutro, evoca el frío del espacio, pero quise que la colección se abriese a otras tonalidades: matices cálidos que abrazan, tonos profundos que envuelven. Igual que la luna cambia de rostro según la hora o la estación, Apolo se adapta al carácter del espacio que habita. No es una lámpara que imponga, es una lámpara que conversa: se integra, pero nunca pasa desapercibida.

Para mí, Apolo es una pieza que se mueve entre lo simbólico y lo funcional. Sirve, ilumina, pero también habla. Es memoria y metáfora: una invitación a levantar la mirada incluso en lo más cotidiano. No busca deslumbrar por tamaño o por un exceso decorativo; su poder está en lo sutil, en esa elegancia que no necesita gritar para hacerse presente. Es invisible cuando no la miras, pero imposible de olvidar cuando la enciendes. Y ahí está su magia: transformar un instante sin romperlo.

En la colaboración con Almerich hay algo especial. No se trata solo de trabajar con una firma con más de cincuenta años de historia, sino de dialogar con una tradición para llevarla a otro lugar. Apolo respeta el legado de la marca, su compromiso con la calidad y la luz bien entendida, pero lo traduce en un lenguaje contemporáneo, atento a la tecnología, a la sostenibilidad y a la emoción. Es un puente entre generaciones, entre el saber hacer heredado y una mirada que quiere explorar nuevas órbitas.

Imagino Apolo en muchos lugares: sobre una mesa de trabajo, iluminando la gestación de una idea; en una velada al aire libre, como una constelación doméstica; en una noche de invierno, proyectando un resplandor suave que acompañe una conversación íntima. No importa dónde esté: siempre es un recordatorio silencioso de que incluso en lo cotidiano hay espacio para la belleza, para la inspiración, para ese gesto de mirar hacia arriba.

Al final, Apolo no es solo una lámpara. Es una pequeña historia de luz que cabe en cualquier casa, pero que mira mucho más allá. Un satélite doméstico que, cada vez que se enciende, nos recuerda que la exploración no terminó en la Luna: sigue en cada rincón que iluminamos, en cada momento que decidimos habitar con intensidad. Porque, aunque vivamos en tierra firme, siempre podremos encender una luz y sentir, por un instante, que despegamos.