Fotografias: Octavuss y Nuel Puig.
Proyecto de Interiorismo.
The Racing Club nace de una idea clara: convertir la velocidad en emoción habitable. En esta creación efímera para la nueva colaboración entre Porsche y Smeg, quise explorar cómo el movimiento, la energía y la precisión de una pista de carreras podían transformarse en una experiencia doméstica, estética y sensorial. Mi intención no era recrear un circuito, sino reinterpretar la sensación de velocidad —esa mezcla de adrenalina, control y belleza— dentro del lenguaje del diseño. Que el visitante, al cruzar el umbral, sintiera que el diseño también puede rugir, que puede tener pulso y ritmo, pero desde la calma, la sofisticación y la pausa que solo un espacio habitable puede ofrecer.
Desde el primer momento supe que el proyecto debía moverse. Que no podía ser estático. Que cada línea, cada reflejo y cada superficie debían contar una historia de desplazamiento. Por eso el espacio se construye dentro de un contenedor rosa vibrante, una carcasa inesperada que enmarca un interior dominado por el blanco, el negro y los tonos característicos de la colección: Carrara White y Shade Green. Ese contraste entre el exterior y el interior no es solo estético, sino simbólico. El rosa representa la emoción, la sorpresa, la energía vital; mientras que el interior monocromático expresa control, precisión, equilibrio. Como un coche que acelera y frena, el espacio transita entre la tensión y la calma, entre la velocidad y la contemplación.
Las bandas gráficas recorren el suelo y las paredes en una danza continua. No están ahí para decorar, sino para sugerir el movimiento, la dirección, el trazo invisible que deja algo cuando pasa muy rápido. Son la huella del paso, el recuerdo de una velocidad que no se ve, pero se siente. Esas líneas son el hilo conductor de todo el proyecto: el diseño entendido como acción, como impulso, como energía contenida. El visitante entra y, sin moverse, se siente dentro de un flujo. Todo vibra, todo respira, todo tiene ritmo.
Pero The Racing Club no habla solo de forma. Su verdadero sentido está en lo que provoca. Es una instalación pensada para los sentidos: vista, oído, tacto, incluso gusto. En ella, el diseño, la música y el sabor se encuentran para generar una experiencia total. No quería que el visitante simplemente mirara los objetos, sino que los viviera. Que entendiera que el diseño puede ser una emoción en sí misma. Cada sonido, cada textura, cada reflejo está calculado para despertar sensaciones. Hay ritmo, hay pulso, hay un eco de motor que no se escucha, pero se percibe en la vibración del espacio.
La colaboración entre Porsche y Smeg me permitió trabajar con dos universos aparentemente opuestos pero profundamente afines: la precisión deportiva y la sensibilidad doméstica. Porsche representa el movimiento, la potencia, la ingeniería perfecta; Smeg, la calidez, la elegancia, la emoción cotidiana. Juntas, estas dos marcas encarnan la dualidad que me interesa explorar como diseñador: la unión entre técnica y emoción. En The Racing Club, esa unión se hace visible. Los electrodomésticos de Smeg, reinterpretados aquí como piezas escultóricas, dialogan con la idea de velocidad. Sus superficies brillantes reflejan la luz y las líneas del espacio, convirtiéndose en parte de la escenografía. Son máquinas que respiran diseño, objetos que trascienden la función para contar una historia de movimiento y belleza.
“Mi intención era transformar los objetos cotidianos en protagonistas de una historia sensorial. Que el rugido del motor se tradujera en el sonido del agua hirviendo, del café sirviéndose, del diseño cobrando vida en la rutina.” Esa frase resume la filosofía del proyecto: convertir la cotidianidad en emoción. En The Racing Club, preparar un café es tan intenso como acelerar en una curva. Abrir una nevera, brindar un cóctel o encender un horno se vuelven gestos coreografiados, acciones que adquieren un nuevo sentido. Porque cuando el diseño está bien pensado, cada gesto cotidiano puede ser una experiencia estética.
La luz es otro elemento esencial. Precisa, controlada, casi cinematográfica, la iluminación refuerza la idea de movimiento. No hay sombras estáticas: todo parece fluir, desplazarse, avanzar. Es una luz que no ilumina, sino que acompaña. Como los faros de un coche en la noche, guía la mirada, marca el ritmo, crea profundidad. Su reflejo sobre las superficies genera una sensación de velocidad suspendida, como si el tiempo dentro del espacio corriera a otra frecuencia.
Lo que más me interesaba, más allá del impacto visual, era provocar una emoción física. Que el visitante sintiera el latido del espacio, que su cuerpo respondiera. The Racing Club no se observa, se habita. Es una experiencia que se acelera desde dentro, un lugar donde el diseño alcanza la velocidad del deseo. Donde el hogar deja de ser un espacio estático y se convierte en circuito: un recorrido emocional donde cada gesto tiene intensidad, donde el movimiento no está en los objetos sino en la experiencia del que los vive.
Este proyecto reafirma algo en lo que creo profundamente: que el diseño puede transformar lo ordinario en extraordinario. Que puede emocionar, mover y conmover. En The Racing Club, la velocidad no es una cuestión de kilómetros por hora, sino de sensaciones por segundo. Es el vértigo de lo bello, el pulso de la materia, la emoción del instante.
Al final, lo que queda no es el color, ni la forma, ni siquiera el nombre de las marcas, sino una experiencia: la sensación de haber estado dentro de algo que se movía. Y esa es, quizá, la mejor definición de este proyecto: un espacio que vibra, que respira, que acelera, pero que, al mismo tiempo, nos invita a detenernos. A entender que, en el fondo, la verdadera velocidad también puede encontrarse en la calma.
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